Pepa Sosa nos propone una intervención artística, pensada para El Almacén, como un proyecto expositivo que se configura como un habitáculo de algo que ha ocurrido o de lo que creemos que ocurrirá. Un casa que guarda las pruebas de las glorias vividas y los horrores que fuimos capaces de realizar, así como de los sueños, de los deseos y de los miedos que podamos imaginar.
Paisajes desconocidos por los que avanzamos a ciegas y llenos de curiosidad, en forma de cartografías mutantes a través de sus telas, jirones y estructuras metálicas.
“De pequeña, durante un verano, me dediqué a construir un barco. Lo hacía junto a unas amigas. En realidad era una especie de balsa, como la que se utiliza para la representación gráfica del náufrago que flota a la deriva en el océano. Es mi primera noción de espacio propio. En la fabulosa mente de un niño, cincuenta centímetros cuadrados se pueden convertir en el salón vienés con mil ventanas de Lorca. Un espacio propio, una casa, pueden ser los cincuenta centímetros cuadrados de una Argos en ruinas, de una Arcadia imaginaria, si eres capaz de vivirlos”. Pepa Sosa