El índice, el segundo dedo de la mano, es el usado en casi todas las culturas para señalar, indicar, seleccionar o elegir algo. Pero también, curiosamente, se utiliza para pulsar el disparador de la cámara fotográfica, como acción asociada al registro de una imagen que busca mostrarnos el camino de la mirada hacia fuera y que también marca el yo interior al mismo tiempo. Con el dedo índice decidimos y marcamos la línea hasta donde poder llegar. El límite y, por lo tanto, la tentación de cruzarla también.
El dedo índice es, en este sentido, un proyecto inalcanzable, una búsqueda que no cesa, que busca dar cuerpo a la incesante mirar y observar todo lo que se cruza en el camino, para testimoniar encuentros únicos, fortuitos e irrepetibles capturados con su dedo índice. El fotógrafo no caza imágenes, sino que las descubre. De la misma manera que tampoco las busca, sino que las encuentra.
Lisboa, Berlín, San Sebastián, Praga, Granada, París, Barcelona o Londres forman parte de los escenarios de esta geografía visual de imágenes arrancadas a los viajes, en forma de instantes capturados para siempre. Imágenes inesperadas y fugaces, suspendidas en un no-tiempo, mientras la vida sigue inexorablemente.
La cámara intenta tocar lo que no vemos, lo que se oculta y se escapa a simple vista, en un intento de atrapar la fugacidad de un encuentro fortuito o la sorpresiva belleza de lo invisible de ese preciso momento.
“No me hacía falta aquel viaje donde me sucediera algo definitivo. Todo lo contrario, necesitaba lo opuesto al dogma y a la verdad incuestionable. Elegir, tomar una decisión con mi índice. Encontrar en lo normal y cotidiano la magia del asombro, donde la luz se dobla con la sombra”
Pepe Vera
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